Cada rincón tiene su historia, pero no todos los espacios te susurran al alma desde la primera mirada. Casa Monte Oribio apareció así, como un destello entre la maleza del tiempo. Su imagen, al principio, era la de un lugar anclado, abrazado por la naturaleza que le envolvía. Esa primera visión fue la chispa, el encandilamiento de quien sueña sin ver todavía los detalles que hacen complejo el objeto de su deseo. Porque todo comienzo es un sueño, y Casa Monte Oribio no fue la excepción.
Pronto, la mirada profunda desveló sus secretos, esas capas ocultas que, a simple vista, se pretenden obviar. Y comenzaron las dudas…¿Era este el lugar? ¿Se podría convertir, de verdad, en ese refugio que no solo nos cobijara, sino que habla de los sueños? Hacerlo propio no era tarea simple. Los detalles, que al principio parecían minucias, se fueron agigantando hasta convertirse en montañas por escalar. Pero, al mismo tiempo, esas montañas mostraban también la promesa de una cima más luminosa.
Transformar un espacio no es simplemente un ejercicio arquitectónico. Es un proceso íntimo, casi visceral, en el que cada decisión, por más pequeña que parezca, va dejando huella de quién eres, de lo que te importa. Cada esquina debe hablar de nuestras intenciones, de nuestros anhelos más profundos. Se pretendía que Casa Monte Oribio no solo fuese un hotel rural, sino un lugar en el que se pudiera respirar una visión específica del mundo. Un espacio que susurrara calma, que acogiera a quienes llegaran con una calidez sutil, pero genuina.
El camino, sin embargo, no fue fácil. Hubo momentos de desánimo, esos en los que el cansancio pesó más que los sueños. En esos instantes, los obstáculos parecían insalvables, y la tentación de renunciar rondaba cerca. Pero es en esos mismos momentos cuando algo surge desde lo más profundo. Esa fuerza interior, casi instintiva, que te empuja hacia adelante, que no permite detenerse cuando ya has empezado a andar. Porque no se eligen los retos que aparecen, pero sí se elige cómo enfrentarlos.
A lo largo del camino, han ido apareciendo tantas manos, tantos corazones que nos acompañaron, que con cada gesto, con cada palabra compartida ha creado una piedra más en este edificio. Las críticas constructivas, siempre recibidas con gratitud, se convirtieron en luz en los momentos de sombra. Cada aportación, por pequeña que fuera, permitió avanzar. Sin todas las personas que han apoyado el proyecto, el trayecto habría sido más largo, más arduo, quizás incluso inalcanzable.
Hoy, al mirar a Casa Monte Oribio, no se ve solo un espacio físico, sino la materialización de un sueño compartido. Cada rincón cuenta una historia, no solo la nuestra, sino la de todas las personas que han dejado su huella en este lugar. Y en cada uno de esos detalles está el agradecimiento profundo a quienes, con su buen hacer y su generosidad, nos ayudaron a llegar hasta aquí. El camino ha sido largo, pero mirar hacia atrás solo nos llena de gratitud y orgullo.
Esta primera etapa del viaje va terminando, pero la aventura de habitar y hacer vivir a Casa Monte Oribio apenas comienza.
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